lunes, 2 de noviembre de 2009

Después de meses....

Fue una mañana de otoño. Una mañana tan típica como cualquier otra. Las calles del pequeño pueblo de ¿? olían a castañas asadas, las madres empezaban a obligar a sus hijos a llevar la cazadora para ir al colegio y el grajo volaba cada vez más y más bajo. Tal vez fuera por esa misma razón. Quizás el frío congeló los cerebros de los habitantes de ¿?, pero no es menester el aventurarse en hipótesis. Lo importante es lo ocurrido. Mi misión como narrador es contar este curioso hecho.
Fue una mañana de otoño cuando todo el pueblo de ¿? se enamoró simultánea y perdidamente de la joven Begoña.
Todos, sin excepción: desde el panadero hasta el mismísimo alcalde; mujeres, hombres, adultos y niños; entre ellos había gente que ni siquiera conocía a la joven, pero alguna fuerza los empujó a perder la cabeza por ella. No hubo persona en ¿? que se despertara esa mañana y no dedicara su primer pensamiento. Obviamente, a algunos les resultó muy extraño, sobre todo a aquellas que no sabían de la existencia de Begoña, pero no quisieron prestar mucha atención. Aunque, como ya sabemos, el amor es un insecto bastante molesto a veces, y la sombra de la muchacha no abandonó a nadie. Y así pasó el primer día de aquel anecdótico caso.
Al primer día le siguió el segundo, y el tercero… y así pasó una semana. Muy poca gente se atrevió a hacer público sus sentimientos, sólo algún caso aislado sin mucha importancia. La calle donde vivía Begoña se volvió un poco más concurrida y ruidosa. Parecía que a mucha gente le venía de paso, a pesar de que Begoña vivía casi en las afueras del pueblo. Tras la primera semana, las sospechas empezaron a aumentar, especialmente en Jacinta, la pescadera, cuyo establecimiento estaba cerca de la casa de Begoña:
- Los jueves. Todos los jueves me encuentro esto lleno o muy lleno. Y damos a basto porque no te creas que todos compran, no. Solo vienen a ver o yo qué sé, a esperar. Pero vienen también las que ya no venían, vienen los que no frecuentan ya.
- ¿Y eso? – le decían las vecinas que casualmente iban a verla.
- Dímelo tú. O mejor... no me lo digas porque lo sé. Es porque viene la guapa. Pongo la mano en el fuego y la vuelvo fría.
- Begoña.
- Hablamos la misma palabra. La Begoña me los vuelve locos. He visto gente desde muy temprano esperando nada en la puerta, sólo para ver si ha venido ella. Sé que la esperan a ella. Esperan a que venga la guapa, entonces entran, compran nada y se van. Les gusta ver cómo manosea el pescado, con esas manos finas que tiene.
- ¿Lo toca?
- Le dejo porque tiene la mano fina. Es buena, y es limpia. Nadie se queja de que lo toque. Y voy a seguir: el pescado que ella toca lo compra la de al lado.
- Sí, se le ve limpia… y muy guapa. Anda, dame unos lenguaditos de ahí.

No tardaron mucho los habitantes de ¿? en darse cuenta de lo que ocurría. Todas las conversaciones en el mercado, las peñas de fútbol y en el colegio trataban de lo mismo, y los pueblerinos encontraron un tema en común. Este curioso hecho se llevó a debate en una reunión extraordinaria en el ayuntamiento, pero la ceguera provocada por el amor hacia Begoña llevó a que se aprobara el levantamiento de una estatua de la joven en la plaza del pueblo. Gregorio, un vecino que había estudiado en talleres imagineros de la capital, se ofreció a esculpir en madera una imagen. Cuando terminó, colocaron la escultura en el lugar acordado. Muchos criticaron al imaginero aquel día:
- Míralo, el artista de la capital. Tanto tiempo allí sólo ha hecho que su único talento sea hacer vírgenes.
Cierto era que la escultura se parecía sospechosamente a las dolorosas de Semana Santa, pero eso no impidió que al día siguiente tuvieran que cercar la figura de madera, ya que amaneció manchada tras el asalto de algún amante desesperado.

La situación empezó a adquirir toques algo más preocupantes cuando aparecieron los celos. Las peleas se hicieron cada día más comunes entre los vecinos por ver quién era el más adecuado para Begoña, la cual, por cierto, se había encerrado en su casa. Eso entristeció a todos y a algunos los llevó a la desesperación. Una mañana, tres hombres y una mujer acabaron con su vida, cada uno a su manera, pero todos dejaron la misma nota de suicidio: “Amo a Begoña” (curioso es también el hecho de que uno de ellos escribiera el nombre de su amada con v).
A los vecinos esta situación les preocupaba más a medida que pasaba el tiempo. Ya podían escucharse en las calles las acusaciones de brujería, acusaciones que tomaron fuerza al saberse que entre los afectados había gente que ni siquiera era del pueblo, si no que pasaban por el pueblo con destino, posiblemente, al pueblo vecino o a cualquier otro lugar.
Habían pasado 4 meses ya, y los problemas entre los habitantes de ¿? crecían. Un día se organizó una reunión espontánea en el recinto ferial para intentar poner algo de orden en el pueblo. Los habitantes se dividieron en dos grupos claramente diferenciados: los que seguían idolatrando a Begoña por encima de todo y los que, a pesar de ello, sólo deseaban que ese “hechizo” terminara.
- ¡Hay que acabar con esto de una vez! – gritaban unos
- ¡La Begoña es lo mejor que le ha pasado a este pueblo! – clamaban otros
El ambiente se caldeó de tal manera, que los que odiaban su amor por Begoña se dirigieron como una jauría a asaltar la casa de la muchacha. No tardaron en ser bloqueados por el otro grupo a pocas calles de su destino. Y ahí, en ese lugar y en ese momento, se organizó una auténtica batalla campal. Puñetazos, patadas, bastonazos, mordiscos y tirones de pelo por todas partes. Los hijos pegaban a sus padres, los matrimonios se daban estopa entre ellos con saña. La sangre corrió por las calles de ¿?, y todo por amor. Nadie en el pueblo se preocupó más que por sus propios sentimientos, de forma egoísta. Actuaron como animales: torpes, irracionales y de forma pasional. Actuaron como enamorados.
Tras el incidente, la misma Begoña dejó el pueblo. Cogió sus cosas y se largó sin decir nada a nadie. Algunos vecinos creen haberla visto, llevando consigo nada más que una humilde maleta, un discreto vestido y un pañuelo colocado sobre la cabeza, pero fue vista en diferentes sitios a horas casi idénticas. Al principio, todo el pueblo se sumió en una tristeza colectiva. Incluso estuvieron a punto de convocar tres días de luto oficial, como si la pérdida de Begoña fuera eterna, pero hicieron un esfuerzo por pensar con racionalidad.
Lo más extraño es que, pasados unos días, el pueblo pareció olvidarse de todo. Recordaban todo lo ocurrido, pero aquel sentimiento que empujó a todo el mundo a dejarse llevar por el amor se había desvanecido de sus corazones. Cada uno siguió con su vida: el panadero se levantaba todos los días antes que nadie para preparar el pan de cada día; el alcalde seguía prevaricando y siendo un buen corrupto; Jacinta vendía su pescado (aunque menos que durante el tiempo que todos amaban a Begoña) y Gregorio esculpía y restauraba figuras de vírgenes, cristos y santos. Tan repentino como apareció, el amor se fue, dejando sólo una pequeña huella en forma de recuerdo borroso.











[GRACIAS A KARIM POR ESCRIBIRME LA CONVERSACIÓN ENTRE JACINTA Y LA VECINA. ES EL MÁS GRANDE CON LOS DIÁLOGOS DE MARUJAS!!! :D]