miércoles, 25 de agosto de 2010

El hombre que llamaba a Teresa, de Italo Calvino

Bajé de la acera, di unos pasos hacia atrás mirando para arriba y, al llegar a la mitad de la calzada, me llevé las manos a la boca, como un megáfono, y grité hacia los últimos pisos del edificio:
- ¡Teresa!

Mi sombra se espantó de la luna y se acurrucó entre mis pies.

Pasó alguien. Yo llamé otra vez:

- ¡Teresa!

El hombre se acercó, dijo:

- Si no grita más fuerte no le oirá. Probemos los dos. Cuento hasta tres, a la de tres atacamos juntos. - Y dijo -: Uno, dos, tres. - Y juntos gritamos -: ¡Tereeesaaa!


Continúa leyendo

Pasó un grupo de amigos, que volvían del teatro o del café, y nos vieron llamando. Dijeron:

- Ale, también nosotros ayudamos.

Y también ellos se plantaron en mitad de la calle y el de antes decía uno, dos, tres y entonces todos en coro gritábamos:

- ¡Tereeesaaa!

Pasó alguien más y se nos unió, al cabo de un cuarto de hora nos habíamos reunido unos cuantos, casi unos veinte. Y de vez en cuando llegaba alguien nuevo.

Ponernos de acuerdo para gritar bien, todos juntos, no fue fácil. Había siempre alguien que empezaba antes del tres o que tradaba demasiado, pero al final conseguíamos algo bien hecho. Convinimos en que debía decirse bajo y largo, agudo y largo, bajo y breve. Salía muy bien. Y de vez en cuando alguna discusión porque alguien desentonaba.

Ya empezábamos a estar bien coordinados cuando uno que, a juzgar por la voz, debía de tener la cara de pecas, preguntó:

- Pero ¿está seguro de que está en casa?

- Yo no - respondí.

- Mal asunto - dijo otro -. ¿Se había olvidado la llave, verdad?

- No es ese el caso - dije -, la llave la tengo.

- Entonces - me preguntaron -, ¿por qué no sube?

- Pero si yo no vivo aquí - contesté -. Vivo al otro lado de la ciudad.

- Entonces, disculpe la curiosidad - dijo circunspecto el de la voz llena de pecas -, ¿quién vive aquí?

- No sabría decirlo - dije.

Alrededor hubo un cierto descontento.

- ¿Se puede saber entonces -preguntó uno con la voz llena de dientes- por que llama a Teresa desde aquí abajo.

- Si es por mí - respondí -, podemos gritar también con otro nombre, o en otro lugar. Para lo que cuesta.

Los otros se quedaron un poco mortificados.

- ¿Por casualidad no habrá querido gastarnos una broma? - preguntó el de las pecas, suspicaz.

- ¿Y qué? - dije resentido y me volví hacia los otros buscando una garantía de mis intenciones.

Los otros guardaron silencio, mostrando que no habían recogido la insinuación.

Hubo un momento de malestar.

- Veamos - dijo uno, conciliador -. Podemos llamar a Teresa una vez más y nos vamos a casa.

Y una vez más fue el , pero no salió tanbien. Después nos separamos, unos se fueron por un lado, otros por el otro.

Ya había doblado las esquina de la plaza, cuando me pareció escuchar una vez más una voz que gritaba:

-¡Tee-reee-sa!

Alguien seguía llamando, obstinado.

domingo, 22 de agosto de 2010

Bienvenido a casa

Mi café humeaba, dibujaba líneas incoherentes. De un lado a otro, girando sobre sí mismo. Junto a la taza de café se encontraba mi cuaderno, mirándome. Nada. No salía nada. Levanté la vista y ahí estaba Él. Estaba en una jaula gigante, tan alta como el techo de mi habitación. Mi miraba con cierta curiosidad y con descaro.
- ¿Cómo va? – me preguntó
- Mal, ¿no lo ves?
- Deja de ser tan borde conmigo.
No pretendía serlo. De verdad que no. Al fin y al cabo, Él ha sido un compañero fiel. Siempre ha estado ahí, a pesar de todo. Siempre estaba ahí, a pesar de ser Él quien provocaba todo lo malo. Al menos merecía un poco de respeto.
- Sácame de aquí.
- Sabes que no puedo – contesté- Sabes que no puedo.
- Pero quieres. Si no fuera así, yo no estaría en una jaula.
- Estarías muerto. Si de mí dependiera, estarías muerto.
Intentaba sonar amenazante, pero claro, Él me conoce muy bien y sabe que mi tono quebrado es una señal más que clara de que algo dentro de mí estaba pasando.
- No te quiero aquí – concluí
- Échame.
- ¡No puedo, Ares!
- ¿Porque aún me quieres? ¿Qué te queda sino mi amor? No eres consciente de lo que tienes. No quieres ver que este es tu estado natural.
- Quererte a ti significa odiarme a mí mismo. No voy a volver a mi estado natural porque ya no lo es. Ya no.
Ares paseaba por su jaula. Dos pasos a la izquierda, dos pasos a la derecha. Dos pasos a la izquierda, dos pasos a la derecha… Me miraba divertido. Sabía que disfrutaba con esto.
- Sácame de aquí – repitió – No será igual que antes, te lo prometo.
- Tú nunca prometes nada.
- Prometo esto.
Y lentamente, me levanté a por las llaves que tenía escondidas con la esperanza de olvidar dónde las dejé. No sería justo decir que no dudé. Pero… Él en sí mismo es una duda constante, lo consideré algo natural.
- Eres el culpable de todo lo malo que me ha sucedido, ¿lo sabes? – dije mientras abría la puerta – Eres dolor en estado puro.
- Lo sé, mi amor, lo sé.