Nada. Nadie. Todo.
Tú y yo estamos solos,
escribiendo esta oda a la soledad.
Yo, que nunca estoy solo,
que siempre estoy acompañado por ti,
me atrevo a hablar de soledad.
Un único soldado en batalla singular
que sobrevive a relámpagos de
personalidad.
La mujer paciente en el balcón.
Penélope esperando a su Ulises.
Soledades varias.
Son ganas de echar sal, pero me atrevo.
Me lleno de valor y escribo lo que siento,
lo que sientes. Lo que sentimos.
No soy el hombre más solitario,
pero así me gusta aparentarlo.
La soledad es mi único disfraz.
Jugaremos tú y yo, dualidad,
a un juego llamado Soledad.
Tierras yermas que se acompañan las unas a las otras.
Antiguas musas de antiguos poetas
que querían conocer lo mismo que yo:
La auténtica soledad.
Pero no hay mayor soledad
que la del suspiro de un hombre acompañado…
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