jueves, 24 de marzo de 2011

La risa

Ni el ruido, supuestamente ensordecedor, del club, ni el gentío ni la bomba que desearías que estallara en este momento son capaces de eclipsar a ese OTRO sonido, si se le puede llamar así. La música y el jaleo etílico no te hacen olvidar que estás escuchando la risa más horrible del mundo. No tiene cadencia, ritmo, un tono humanamente soportable, una frecuencia sana… no tiene nada. Pero, ¿qué más da que la analices? No te ves capaz de seguir un discurso crítico decente. Sólo tienes la voluntad para recordarte que está muy feo pegar a una mujer.
Espera, ¿es una mujer o un hombre? No puedes diferenciarlo. Esa risa no tiene género ni número, ni edad ni procedencia. Es una risa eterna. Es la carcajada del mal. Te pierdes un segundo en el sabor amargo y delicioso de la cerveza que tragas, haciendo el mayor ruido posible con la glotis para darte un breve momento de paz, y acto seguido sacas el valor para mirar directamente al origen de las desgracias, el hambre y la guerra en el mundo. No ves nada, sólo unos dientes amenazadores, radiactivos, que aún siguen mostrándose por el chascarrillo que sueles decir en estos lugares. Dientes, dientes, dijo alguien…
Pero en ese acto de valentía alcoholizada, ves en el fondo un par de luces mirando en tu dirección. Son unos ojos que te comprenden, te dicen que sienten todo por lo que estás pasando y te invitan a huir con ellos a algún lugar lejano. A México, tal vez, como los delincuentes del cine americano. La risa se para, de repente:
- ¿Otra cerveza? – pregunta una voz que te cuesta creer que provoque ese horror capaz del milagro de que los sordos oigan.
Vuelves a mirar al fondo, a los ojos. Ya no están. Además, tu debilidad es la de no saber decir no. Otra vez será.

1 comentarios:

Grady McNeil dijo...

Me gusta lo de la risa eterna.
No me gusta que los ojos desaparezcan y no le lleven a México.

Retenme!

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