domingo, 22 de agosto de 2010

Bienvenido a casa

Mi café humeaba, dibujaba líneas incoherentes. De un lado a otro, girando sobre sí mismo. Junto a la taza de café se encontraba mi cuaderno, mirándome. Nada. No salía nada. Levanté la vista y ahí estaba Él. Estaba en una jaula gigante, tan alta como el techo de mi habitación. Mi miraba con cierta curiosidad y con descaro.
- ¿Cómo va? – me preguntó
- Mal, ¿no lo ves?
- Deja de ser tan borde conmigo.
No pretendía serlo. De verdad que no. Al fin y al cabo, Él ha sido un compañero fiel. Siempre ha estado ahí, a pesar de todo. Siempre estaba ahí, a pesar de ser Él quien provocaba todo lo malo. Al menos merecía un poco de respeto.
- Sácame de aquí.
- Sabes que no puedo – contesté- Sabes que no puedo.
- Pero quieres. Si no fuera así, yo no estaría en una jaula.
- Estarías muerto. Si de mí dependiera, estarías muerto.
Intentaba sonar amenazante, pero claro, Él me conoce muy bien y sabe que mi tono quebrado es una señal más que clara de que algo dentro de mí estaba pasando.
- No te quiero aquí – concluí
- Échame.
- ¡No puedo, Ares!
- ¿Porque aún me quieres? ¿Qué te queda sino mi amor? No eres consciente de lo que tienes. No quieres ver que este es tu estado natural.
- Quererte a ti significa odiarme a mí mismo. No voy a volver a mi estado natural porque ya no lo es. Ya no.
Ares paseaba por su jaula. Dos pasos a la izquierda, dos pasos a la derecha. Dos pasos a la izquierda, dos pasos a la derecha… Me miraba divertido. Sabía que disfrutaba con esto.
- Sácame de aquí – repitió – No será igual que antes, te lo prometo.
- Tú nunca prometes nada.
- Prometo esto.
Y lentamente, me levanté a por las llaves que tenía escondidas con la esperanza de olvidar dónde las dejé. No sería justo decir que no dudé. Pero… Él en sí mismo es una duda constante, lo consideré algo natural.
- Eres el culpable de todo lo malo que me ha sucedido, ¿lo sabes? – dije mientras abría la puerta – Eres dolor en estado puro.
- Lo sé, mi amor, lo sé.

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