- ¡Teresa!
Mi sombra se espantó de la luna y se acurrucó entre mis pies.
Pasó alguien. Yo llamé otra vez:
- ¡Teresa!
El hombre se acercó, dijo:
- Si no grita más fuerte no le oirá. Probemos los dos. Cuento hasta tres, a la de tres atacamos juntos. - Y dijo -: Uno, dos, tres. - Y juntos gritamos -: ¡Tereeesaaa!
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Pasó un grupo de amigos, que volvían del teatro o del café, y nos vieron llamando. Dijeron:
- Ale, también nosotros ayudamos.
Y también ellos se plantaron en mitad de la calle y el de antes decía uno, dos, tres y entonces todos en coro gritábamos:
- ¡Tereeesaaa!
Pasó alguien más y se nos unió, al cabo de un cuarto de hora nos habíamos reunido unos cuantos, casi unos veinte. Y de vez en cuando llegaba alguien nuevo.
Ponernos de acuerdo para gritar bien, todos juntos, no fue fácil. Había siempre alguien que empezaba antes del tres o que tradaba demasiado, pero al final conseguíamos algo bien hecho. Convinimos en que
Ya empezábamos a estar bien coordinados cuando uno que, a juzgar por la voz, debía de tener la cara de pecas, preguntó:
- Pero ¿está seguro de que está en casa?
- Yo no - respondí.
- Mal asunto - dijo otro -. ¿Se había olvidado la llave, verdad?
- No es ese el caso - dije -, la llave la tengo.
- Entonces - me preguntaron -, ¿por qué no sube?
- Pero si yo no vivo aquí - contesté -. Vivo al otro lado de la ciudad.
- Entonces, disculpe la curiosidad - dijo circunspecto el de la voz llena de pecas -, ¿quién vive aquí?
- No sabría decirlo - dije.
Alrededor hubo un cierto descontento.
- ¿Se puede saber entonces -preguntó uno con la voz llena de dientes- por que llama a Teresa desde aquí abajo.
- Si es por mí - respondí -, podemos gritar también con otro nombre, o en otro lugar. Para lo que cuesta.
Los otros se quedaron un poco mortificados.
- ¿Por casualidad no habrá querido gastarnos una broma? - preguntó el de las pecas, suspicaz.
- ¿Y qué? - dije resentido y me volví hacia los otros buscando una garantía de mis intenciones.
Los otros guardaron silencio, mostrando que no habían recogido la insinuación.
Hubo un momento de malestar.
- Veamos - dijo uno, conciliador -. Podemos llamar a Teresa una vez más y nos vamos a casa.
Y una vez más fue el
Ya había doblado las esquina de la plaza, cuando me pareció escuchar una vez más una voz que gritaba:
-¡Tee-reee-sa!
Alguien seguía llamando, obstinado.
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