sábado, 16 de mayo de 2009

Sin título

He encontrado belleza en el silencio. He comprendido que la belleza brilla en su ausencia, porque las cosas son más bonitas cuando las echamos de menos. Si me siento en cualquier banco de la Alameda recordaré los momentos sin nombre en los que fui feliz; si paso por aquél descampado en el que solo había una boca que enseñaba a otra cómo se debe amar, me acordaré de los tres años de inestabilidad y falta de orgullo que conllevaron aquella noche; y solo con ver los ojos de aquella persona puedo volver a notar el sentimiento de culpa y mi odio contra mí mismo por hacerle tanto daño. Tres ejemplos entre unos cuantos más. Demasiados para mi corta edad, pienso a veces. Poco tiene que ver aquí qué clase de sentimientos me provoquen, el caso es que los siento y los recuerdo como bonitas e interesantes historias que contar.

Y ahora me encuentro a las puertas de otra posible historia. Me sitúo frente a un posible nuevo olor, una nueva sonrisa, una posible nueva historia… Y es justo ahora cuando recuerdo todo lo anterior, como si mirara a todos los momentos antes vividos pidiéndoles su aprobación. ¿Merece la pena? ¿Puedo arriesgarme otra vez? Estas y otras preguntas las llevo apuntadas en un papel para que él las responda. Eso sí, sólo en caso de que yo me atreva a llamar y, mucho más importante, él me abra la puerta. Estoy muy nervioso, puedo notarlo en mis letras. He vuelto a los soliloquios confusos, pero con variaciones: ya no me reprocho nada, que es lo más importante. Pase lo que pase, es simplemente una anécdota más que contarles a mis nietos. Es una bonita filosofía, pero difícil de llevar a la práctica.

Pero, como decía, lo importante es la belleza del silencio, lo bonito que quedan los campos que veo desde mi ventana cuando ha pasado una tormenta, especialmente cuando los recuerdo en días de sequía, tan comunes al sur de España (¡y olé!). En verano echamos de menos el frío y en invierno nos morimos por el calor del sol. Precioso es aquello que no está. Recordamos como una descarga eléctrica de placer la más mínima caricia de la persona amada. ¿Por qué tanto sufrimiento cuando echamos de menos a alguien, si recordándolo es cuando más disfrutamos de él? Por eso me acuerdo de todo esto ahora: tengo cierto miedo a no echar de menos la asesina sensación de cosquilleo en la tripa y a no esperar llamadas del móvil bajo la almohada. Tengo miedo a que enamorarse pierda la belleza que tiene, a que toda la violencia del amor se vuelva un mero recuerdo añejo. Empiezo a delirar.

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